Todo es una cuestión de contraste (W. Schultz parte I)

Acá no vamos a hablar del contraste a nivel de los sentidos (que puede ser un buen tema futuro) sino que hablaremos de cómo el “placer” que se siente por los estímulos depende del contraste entre ellos.
Si lo pensamos en términos generales, muy claro está que la satisfacción que sentimos por las cosas no es algo absoluto, sino que es algo relativo. Recuerdo perfectamente mi primer ducha con agua caliente luego de un largo viaje a Perú (para los que no fueron les cuento que el agua escasea, y más aún la caliente); nunca en mi vida había disfrutado tanto de unas gotas de agua cayendo sobre mi espalda, nunca. Pero claro, las millones de duchas que yo había tomado antes del viaje a Perú eran igualitas-igualitas y, sin embargo, no eran más que un pobre acompañante al tan esperado café con leche matinal. Pero, ¿por qué pasa esto? ¿por qué dos estímulos idénticos pueden generar sensaciones tan dispares dependiendo de cuándo se presentan?
Una de las respuestas científicas a este dilema viene de los trabajos de Wolfram Schultz. Este señor encontró que ciertas neuronas de la corteza orbitofrontal incrementan su actividad cuando el animal percibe un estímulo apetitivo (en este trabajo en particular eran comidas y bebidas, pero pueden extrapolar a cualquier otro tipo de estímulo que genere “placer”).
La actividad de estas neuronas tiene una relación con el grado de placer que provoca cada estímulo apetitivo (o mejor dicho, con la preferencia que se tiene por él). Por ejemplo, algunas neuronas se vuelven locas ante un estímulo altamente exquisito (para los animales de Schultz sería una ración de pasas de uva…) mientras que ante uno no tan rico responden en mucho menor grado.
Ahora viene lo interesante del trabajo: la activación de estas neuronas “de la recompensa” depende del contraste entre los estímulos presentes y no es algo absoluto asociado a un estímulo en particular. Me explico con valores inventados para graficar el asunto: si un animal está frente a un buen tarro de su comida preferida (pongamos ahora como ejemplo unas bananas) y frente a otro de manzanas (que no gustan tanto), la respuesta de estas neuronas será de un valor de 10 para las bananas y de un valor de 5 para las manzanas (lo dicho, cuanto más rico más responden). Ahora bien, si luego de un rato ponemos al mismo animal frente al mismo tarro de manzanas pero ahora junto a otra comida todavía más fea para él (pongamos por ejemplo unas lechugas), la respuesta de estas mismas neuronas será de un valor de 10 para las manzanas y de 5 para las lechugas (o sea que la manzana pasa a generar el mismo “placer” que la banana sólo por estar al lado de algo más feo, sólo por contraste)
Esto es lo alucinante del sistema: que la respuesta a los estímulos NO es absoluta, es relativa (la respuesta a la misma manzana es muy baja cuando está frente a unas buenas bananas pero es alta cuando está frente a un pobre tarro de lechugas).
Conclusión: las neuronas que responden a las cosas placenteras “setean” su nivel de respuesta en base al resto de los estímulos presentes. Comparan y terminan “valorando” al estímulo en relación a sus vecinos. El rango de respuestas es uno sólo y los mínimos y los máximos de ese rango se imponen en base a los estímulos más y menos preferidos que tenemos presentes en ese momento.
Volviendo al ejemplo de la ducha, durante mi estadía en Perú mis neuronas dopaminérgicas se habían acostumbrado a un nivel basal de “cero agua caliente, un minuto de agua fría cada dos días” y, cuando compararon esto con “la duchita tibia todas las mañanas”, respondieron desaforadamente, generándome un placer que, antes del viaje a Perú, sólo hubiese sentido al estar metida en un jacuzzi espectacular en un buen balcón de Cancún –mami, este recuerdo va para vos-. O sea, mi ducha es la manzana de los monos, es un manjar cuando vuelvo de Perú y es un bajón cuando vuelvo de Cancún.

Para terminar, una frase de Einstein:
«Cuando un hombre se sienta con una chica bonita por una hora, parece que fuese un minuto. Pero déjalo que se siente en una estufa caliente durante un minuto y le parecerá más de una hora. Eso es relatividad».


Este es el trabajo que expliqué:
Tremblay, L. and W. Schultz (1999). "Relative reward preference in primate orbitofrontal cortex." Nature 398(6729): 704-8.
Y este es uno similar pero en neuronas del estriado:
Cromwell, H. C., O. K. Hassani, et al. (2005). "Relative reward processing in primate striatum." Exp Brain Res 162(4): 520-5.

(y el que quiera más información me la pide)


Este es un ejemplo de que la percepción y las sensaciones no tienen una relación inyectiva con el estímulo externo. Un mismo estímulo puede generar varias respuestas. Ejemplos de esto hay miles y seguro seguirán apareciendo en este blog porque es un tema que me alucina. Por citar algunos que vendrán:

· Cómo cambia la percepción de nuestro propio cuerpo (sin que el cuerpo cambie).
– Experimentos ilusión de distorsión con fMRI y de realidad virtual-
· Qué cosas modulan la percepción del entorno
- Mecanismos top-down hacia el tálamo.

3 comentarios:

nidia dijo...

Uno de nuestros recuerdos comunes ilusoriamente "valorados", el yacuzzi en Cancún. Se ha transformado en un concepto que marca la diferencia entre la vida cotidiana y una temporada estival de "ricos". Siempre será un gran contraste. Lo que más aprecio de esto es volver a mi casa y encontrarme con mis cosas y afectos de todos los días. Me gustan mucho tus artículos. Nidia

Unknown dijo...

mile! soy la hna de juli
me encanto el blog, super interensante
aunque me dió mucha pena el padre que se comunica con el hijo por teléfono.. :(

besos

Txarra dijo...

Me encanta lo fácilmente que explicas las cosas (como para que yo las entienda) gracias.

Podiamos concluir? que a más estimulos gratificantes (ej. alguien que tiene todo lo que desea) menor grado de satisfacción
alcanzamos. Por eso quizás los ricos se deprimen más?